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Educar en una sociedad diversa



Educar es algo que hace todo el mundo. Hay personas que educan con buenas intenciones pero con resultados discutibles. Otros educan con malas intenciones aunque no siempre consiguen sus propósitos. Hay educadores de oficio y los hay de beneficio. Se puede educar con intención o sin querer.
Sin embargo en la actualidad se ha convertido en un proceso abierto, heterogéneo, contradictorio, de resolución casi imprevisible. No hay una sola sociedad con una educación común, del mismo modo que tampoco existe un acuerdo básico entre educadores, ni una voz autorizada para imponer criterios, ni siquiera -afortunadamente- una autoridad a quienes todos obedezcan.



Ante las nuevas dificultades educativas debemos pensar e cómo responder a los desafíos actuales. Que haya muchas voces y formas de educar no es el problema. El problema es que reine la confusión, la desorientación. Que las voces y los estilos sean contradictorios tampoco tienen porque ser malos, al fin y al cabo es el resultado de la libertad de expresión y de la pluralidad en la que vivimos.
Lo que si debemos de saber es cómo educar y a su vez respetar esta pluralidad de proyectos. Necesitamos un proyecto de comunidad nacional. Enseñar las lenguas nacionales, la tradición histórica, su legado cultural diverso, dar a conocer su realidad física y humana, asegurar la lealtad a las instituciones y reglas democráticas o lo que es lo mismo las bases de una cultura nacional, la nuestra. Si renunciamos a ella ponemos en peligro a la sociedad en la que vivimos.
Para empezar a mejorar revisemos los procesos comunicativos entre padres, alumnos, profesores, instituciones, expertos y hagámoslos más fluidos. Quizás así todos sepamos estar en nuestro lugar y a su vez seamos capaces de reconocer el lugar del otro.
Puede ser un principio. Un buen principio que nos ayude a mejorar la educación.
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la soledad



Dos amantes yacen uno al lado del otro, tras amarse, su soledad es una “soledad saboreada”. La satisfacción los devuelve a sí mismos, desenlazando sus brazos y poniendo fin al ardor que los empujó el uno hacia el otro.

Es posible que esta soledad compartida no sea real, ni mucho menos absoluta, sobre todo si la comparamos con aquellas soledades que se viven sin compañía alguna.

La soledad no existe para aquel que puede recordar los momentos en que no estuvo solo y sabe que esos momentos volverán. La otra persona puede estar ausente, pero en cierta medida continua a nuestro lado.

La soledad es, en realidad, una manera incompleta y única de estar en el mundo. Por eso la soledad implica siempre la existencia de otra persona, ya que para sentirse solo, es preciso desear ser dos, al menos, o haberlo sido y conservar la nostalgia de ello.
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Las abejas exploradoras


En toda colmena hay exploradores que buscan nuevas fuentes de polen. Vuelan a nuevos campos y regresan a la colmena y les indican a los demás la distancia y la dirección de la nueva cosecha. La colmena no podría vivir ni prosperar sin ellos.
En la historia de la humanidad han existido exploradores que tienen como vocación buscar en nombre de todos, un futuro mejor.

Son personas que buscan la visión panorámica, que imaginan el futuro, que crean significados que están abiertas a perspectivas, opiniones y creencias alternativas, que pueden ser en ocasiones incómodas.

Personas que creen que el mundo está cambiando de forma significativa, que tienen el convencimiento de que hay maneras de comprender mejor los cambios y la confianza para emprender un camino nuevo, difícil y sin un claro final.

Ellos son nuestras abejas exploradoras.
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