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¿Bien o te cuento?


Los días son cada vez más largos, la temperatura empieza a aumentar paulatinamente. Llega el buen tiempo. Tiempo de visitar a los amigos, de salir a pasear y encontrarnos con viejos conocidos. Personas con las que hemos ido perdiendo el contacto en los días fríos y lluviosos del invierno.

Bueno, ¿qué tal estás?

Parece la pregunta de rigor y espera la respuesta “casi” obligada. Pero ¿queremos que nos cuenten la verdad y nos digan cómo les trata la vida? O por el contrario, ¿queremos oír una de esas frases hechas que tanto solemos usar?: “Bien, ¿y tú?”, “Pues bien, ya ves”, “Bien, bien” etc.

Pienso que a la mayoría de nosotros nos gustaría que nos regalen sus historias, no por curiosidad, sino para intercambiar impresiones buscando acercarnos a ellos.
Hoy, que las personas usamos las teclas mudas del ordenador para “chatear”, enviar email, escribir en blogs, propios o ajenos, para comunicarnos de manera anónima con el resto del mundo; y usamos los teléfonos móviles convulsivamente, mandando mensajes constantemente, no pudiendo pasar sin ellos, como una forma de permanecer en contacto con los demás, de estar en disposición para contar o que nos cuenten.

Sería terrible que hubiésemos olvidado cómo se cuenta, que fuésemos incapaces de desnudar nuestro corazón, de decir aquellas cosas que nos realizan, las que dan sentido a nuestra vida, las que nos inquietan.

Por eso, cuando nos pregunten ¿cómo estás? No nos limitemos a decir “Bien•, sino digamos “te cuento”. No desaprovechemos ninguna oportunidad para salir de nosotros, para expresarnos. No te guardes aquello que necesita encontrar un destinatario amable donde resuene, donde adquiera razón de ser, donde se complete. Y en contrapartida, escucha, escucha con todos tus sentidos al que necesita tu atención.
Te sentirás feliz
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la vejez no se cura



Las relaciones entre generaciones no son nada sencillas, y su complejidad es fiel reflejo de las contradicciones personales por las que los hombres se cuestionan.
En nuestras ciudades un promedio de un 70% opina que es a la familia a quien le
corresponde cuidar de los ancianos, mientras que un 22 % opina que debe ser el Estado quien lo haga.

Curiosamente si se les pregunta a los ancianos, estos en un 56 % se inclina por la familia y un 36 % por el Estado. Como no podemos pensar que la mayoría deseen pasar sus últimos años lejos de los suyos debemos de imaginarnos que en realidad lo que desean es no ser una carga para los suyos.

Los avances médicos no han hecho desaparecer los problemas de salud, simplemente los han retrasado varios años,

Esto lleva a que muchos de ellos sean ingresados en residencias donde conviven con otros en un ambiente aséptico e impersonal, alejados de sus familias , familias de las de hoy, no preparadas para afrontar los problemas médicos y humanos que plantea la ancianidad.

Aunque el ingreso de un padre anciano y enfermo no constituye un abandono, muchos lo consideran así, ya que su padre no actuó de la misma manera con los suyos.

La vida de estos ancianos transcurre entre una cama, una mesa y una silla donde suelen recibir visitas cada vez más espaciadas de sus familiares y van viviendo la muerte de los que les rodean como una lotería que a ellos les elegirá un día.

Poco a poco el vínculo con el exterior se va rompiendo y los ancianos se quedan solos y relegados esperando el fin.
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la cultura de la extensión



Hoy en día todo ha de tener una satisfacción rápida. Parece como si en las dimensiones espacio- tiempo, el tiempo se hubiera contraído. Se prioriza el espacio por encima del tiempo, lo inmediato antes que la duración.
La apoteosis del instante dificulta la comprensión de muchos acontecimientos, los simplifica y choca contra la lentitud de conocimientos.
Un ejemplo, el atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York difícilmente se puede entender sin apelar a la religión islámica en concreto al wahabismo saudí, a las distintas filiaciones coránicas y alas historia de las relaciones entre el Islam y Occidente. Con el presentismo actual es muy fácil atribuir el hecho a elementos sencillos y fáciles de resolver invocando slogans primarios que propugnen respuestas simplistas.
Pero esta inmediatez es incompatible con la aventura del aprendizaje. El camino del conocimiento no tiene fin y la adquisición de conceptos, valores, hábitos y métodos es necesariamente lenta.
Para aprender hace falta el esfuerzo, la disciplina, la constancia y estas actitudes difícilmente encajan con la inmediatez de la actual cultura audiovisual.
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los mil y un nombre del c...

Sabemos que existe una vieja costumbre que llama a los órganos genitales, masculinos y femeninos con diferentes expresiones por lo menos curiosas. Ignoramos el por qué de esa costumbre, empeñada en convertir en tabú una parte de la anatomía del hombre y de la mujer.

Puestos a suponer es fácil pensar que cuando mujeres y hombres inventan denominaciones para el sexo de su pareja, estas serán desenfadadas, cariñosas, cargadas de sana ironía o de carga simbólica que solo ellos pueden entender, y que quizás añade una carga erótica a sus vidas.

José Dueso, publicó en 1995, un libro titulado: Los mil y un nombre del c…, en Ediciones SB. Buscó en la literatura mundial rastros de nombres utilizados para llamar al órgano sexual femenino a lo largo de la historia. El libro, curioso y para nada de mal gusto, recorre poesía, prosa, canciones que van desde los latinos: Marcial, Ovidio, Petronio, Virgilio a los autores del Decamerón y de los Cuentos de Canterbury. Entre los autores españoles figuran: Luis de Góngora, Francisco de Quevedo, Nicolás Fernández de Moratín, José de Espronceda, Camilo José Cela.

La palabra coño, que procede del latín cunnus es sin duda la más usada y conocida. Otras denominaciones todas documentadas con la publicación de la poesía, cancioncilla o párrafo donde aparecen con el nombre del autor son: abismo, abra, aguabenditera, bolsillo, cinto, culantrillo, dátil, forro, hospital, madre, lunar, mazmorra, olla, ojo, pliegue, pluma, pochitoque, etc. El autor llega al número mil y deja a los lectores que añadamos el número 1001.

¿Te animas a ponerle nombre?

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