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los nuevos ateos



Siguiendo la estela de El Código Da Vinci, en el que se ponían en duda doctrinas católicas, han ido apareciendo en el mercado libros que intentaban dar, con visos de realidad, versiones diferentes sobre Jesús de Nazaret y la doctrina de la Iglesia Católica.

Al mismo tiempo como reacción al intento de los fundamentalistas norteamericanos sobre el creacionismo y su intento de enseñar en la escuela como teoría científica la creación del mundo por Dios han ido apareciendo en Europa y en USA libros que intentan demostrar la no existencia de Dios.

Siempre han existido las personas que se declaran ateos o agnósticos desde su visión de la vida y su convencimiento personal digno de todos los respetos.
Ahora sin embargo vemos una forma de ateísmo defendida entre otros, por Richard Dawkins en su libro : El espejismo de Dios; Cristopher Hitchens en su obra : Dios no es grande y Victor J. Stenger en : Dios: la hipótesis fallida, que no es una nueva forma de pensar sino una autentica critica agresiva y descarada a la religión.

Rechazan la existencia de Dios atendiendo a la libertad individual y a la igualdad humana en la que la muerte de Dios sería un bien social ya que la religión fuerza a la gente a comportarse de manera cruel y violenta, es un fraude y no hay diferencias entre el racismo y la religión. La religión educa a los niños en el odio a los no creyentes, llegando a asegurar que el Estado debería proteger a los menores de las creencias de sus padres.

Lamentablemente en esta crítica feroz no abunda el rigor de ateos ilustres como: Demócrito, Pomponazzi, Laplace, Marx, Engel ,Bakunin, Camús, Jean-Paul Sartre, Bertrand Russell, etc, y si parece predominar una moda y un interés crematístico.

Los libros dedicados a este ateísmo nuevo han vendido más de un millón de ejemplares en el año 2007.
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reflexiones que se repiten

Jon Sobrino escribía ‘Reflexiones a propósito del terremoto‘ el 16 de enero 2000, tres días después del terrible seismo que sufrió El Salvador. Salvando las distancias, el Katrina muestra la misma tragedia para los pobres. Ahora en Perú se sigue repitiendo la misma y triste situación.

“Vivir en este país [El Salvador] es siempre una carga muy dura de llevar. Oficialmente, la mitad de la población vive en pobreza, grave o extrema. De la otra mitad, otra buena mayoría vive con serios agobios y dificultades, todo lo cual se agrava con las catástrofes: en 1986 otro terremoto asoló al país, hace dos años fue el Mitch. Y no hay que olvidar quince años de represión, guerra, éxodo masivo, destrucción.

Vivir es, pues, una pesada carga, pero no lo es para todos por igual. Como siempre, lo es muchísimo más para las mayorías pobres. El terremoto ha destruido casas, pero muy mayoritariamente las de bajareque y adobe, donde viven los pobres porque no pueden construirlas de cemento y hierro. Los deslaves y derrumbes han soterrado personas y viviendas -esta vez también casitas de clase media baja-, pero siempre soterran a los pobres porque sólo en esas inhóspitas laderas, no en tierra llana y fértil, han encontrado lugar para sembrar. Lo mismo ocurrió durante el conflicto bélico. La inmensa mayoría de quienes sufrieron la represión y de quienes murieron en guerra, de uno y otro bando, fueron pobres. Y así sucesivamente.

El terremoto no es, pues, sólo una tragedia, sino que es también una radiografía del país. Muy mayoritariamente mueren los pobres, quedan soterrados los pobres, tienen que salir corriendo con las cuatro cosas que les quedan los pobres, duermen a la intemperie los pobres, se angustian por el futuro los pobres, encuentran inmensos escollos para rehacer sus vidas los pobres. También otros sufren con el terremoto, indudablemente, pero, por lo general, pasado el susto, reconstruyen lo que se les ha dañado, vuelven a la normalidad y pueden seguir viviendo, algunos de ellos rodeados del lujo de siempre.

Los terremotos, como los cementerios, revelan la inicua desigualdad de una sociedad y, así, muestran su más honda verdad. Algunas tumbas son suntuosas, grandes panteones y lujosos mármoles, bien ubicadas. Otras, casi sin nombre y sin cruces, se amontonan en lugares y quedan anónimas. Son la mayoría. Los terremotos recuerdan a los cementerios y escenifican, trágicamente, la parábola de Jesús: “Había un señor muy rico que banqueteaba todos los días. Y a los pies de su mesa había un pobre, Lázaro, que esperaba que cayeran migajas de la mesa…”
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El tiempo sin edad



Estuve en el entierro del padre de un compañero hace unos días. Murió con 72 años, todo el mundo decía que era “joven”.
Primera edad, segunda edad, tercera edad son términos que han ido sustituyendo a la infancia, a la juventud, a la vejez. Asistimos a una visión nueva del tiempo, no hacemos diferencias, es un tiempo continuo en el que callar la edad, mentir sobre ella, olvidarla sin más pueden ser simulacros liberadores.
Desde los famosos cumpleaños familiares hemos ido pasando por lo cumpleaños “sociales” rodeados de amigos y compañeros de colegio o guardería que han dado lugar a una “vida social” protagonizada por niños y a las que sus papas se suman con entusiasmo.
Posteriormente asistimos a la industria del rejuvenecimiento, perder tiempo para ganarlo después; los spas, los tratamientos adelgazantes, las curas termales, los masajes con vino, con barro, la sauna, junto a la ayuda de la cirugía estética, nos refuerzan en la idea de esconder el paso de los días en nuestra vida cotidiana.
Para terminar con la ocupación del tiempo que nos deja la jubilación al eliminar nuestra jornada laboral en viajes turísticos y eventos dirigidos especialmente a personas que no están sujetas a ningún horario más que al que ellas se impongan. Y que está dando lugar a la aparición de una poderosa industria financiera especializada en estas personas, en principio con tiempo y parece ser que con dinero.
Pretendemos desmentir la edad, durar sin cumplir años, sobrevivir evitando caer en las manos de la biología, de la medicina en suma. Huimos de la “turbadora” inestabilidad de las personas que cumplen años.
Otra forma de entender la vida.
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reconocer la verdad


Un día el maestro puso en evidencia a sus discípulos sirviéndose de la siguiente estratagema:

Entregó una hoja de papel y les pidió que hicieran constar en ella la longitud exacta de la sala en la que se encontraban.

Casi todos escribieron cifras en torno a los cinco metros. Varios de ellos añadieron la palabra “aproximadamente”.

El maestro les dijo: “Ninguno ha dado la respuesta correcta”.

“¿Y cuál es la respuesta correcta?”, le preguntaron.

“La respuesta correcta”, dijo el maestro, es “No lo sé”.

Piensa un poco.
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Dios fuera de los templos: cristianistas


Asistimos a un debate muy interesante en nuestra sociedad al que no me resisto a sumarme y más ahora que empiezan a leerse y oírse ideas y argumentos y no los consabidos insultos y descalificaciones no exentas de ira, a los que hemos asistido en estos meses.

No es un fenómeno único en nuestro país sino que viene arrastrándose desde hace varios años y que nace en EE.UU. y en los países musulmanes en los últimos años.
Me refiero al papel que deben jugar las religiones en la vida pública. Y más en concreto ¿cuál es el papel de las creencias religiosas en nuestra convivencia diaria?

Se sigue hablando de ciudadanos y creyentes como si fuesen términos contradictorios cuando no hay nada que impida (y de hecho la historia está llena de acontecimientos que así lo afirman) ser un buen ciudadano y un buen creyente. Otra cosa sería pedirles a los ciudadanos que fuesen creyentes, opción que es y debe ser voluntaria en todo momento y en todo lugar.

Además de ciudadanos y creyentes existe una tercera categoría, la formada por los cristianistas, aquellos que más que creer en Jesús de Nazaret son defensores del legado cultural del cristianismo y que defienden esta vinculación cultural como una exigencia de su propia fe porque de lo contraria esta estaría desprotegida al no estar integrada en su correspondiente cultura. Piensan que una buena sociedad puede formar buenos creyentes en contraposición a los que piensan que solo buenos ciudadanos pueden crear una buena sociedad.

El problema empieza cuando estos últimos, los cristianistas, intentan imponer sus puntos de vista a todos los demás .
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