
Hace en estos días veinte años que dejé de fumar. Una angina de pecho y un doctor –buen amigo- se encargaron de eso. Una por su serio aviso sobre mi vida y el otro
por su empeño en recordarme continuamente que el tabaco no era bueno en mi situación y debía de dejarlo.

Hoy, debo de reconocer que fui fiel al aviso y al consejo-prohibición y deje el tabaco desde ese mismo momento. Mentiría si no reconociese que fue difícil y que aún recuerdo, y mis amigos me lo dicen con frecuencia, el placer que sentía al encender la pipa.
¿Qué tiene la pipa, un cigarrillo, el tabaco en suma, que lo hace tan difícil de dejar? La respuesta puede ser bien sencilla: todo.
El placer de acercarse al estanco, de ver el colorido de sus bolsas o paquetes, el aroma que se acerca a tu nariz cuando abres la bolsa y con los dedos coges una briznas de tabaco para introducirlas en la cacerola de la pipa, la forma de aprisionar el tabaco para que arda al ritmo que tu deseas, aireándolo lo suficiente para que dure el tiempo necesario , ardiendo sin consumirse en exceso, coger el mechero y acercarlo a la pipa dispuesto a prender el tabaco, el humo que entra en tu boca mientras empieza a encenderse, la satisfacción de expulsar las primeras bocanadas de humo, saboreándolo y viendo como se eleva, mientras retiras el mechero ya inútil y acabado su trabajo.

La compañía de la pipa en la boca, entre los dedos de la mano, el mantenerla encendida o dejar que se vaya apagando lentamente para volver instantes después a encenderla, las horas que te puede acompañar hasta que finalmente el tabaco se ha consumido en su totalidad.
La liturgia de su limpieza, el desarmarla y tirar o limpiar sus filtros, pasarle la escobilla para limpiar su interior, darle crema para eliminar los restos de nicotina o sacarle brilla a su madera, la elección de la pipa que vas a usar, pipa o cachimba, la paciencia con la nueva hasta que vaya adquiriendo el tono adecuado, el rastro de aroma que va delatando tu presencia…y tantas cosas que hacen de fumar una pipa un pequeño placer, como si hubieran sido creados con ese fin, placer que como decía al principio sigo echando en falta al cabo de veinte años.

Es verdad que no todas las pipas, todos los cigarrillos son un placer o una dicha.
Pero hay muchas personas que disfrutan de un cigarrillo, de una pipa, después de comer, o a determinadas horas porque saben que han sido diseñadas/os para su placer.

Y en sus bocanadas de humo ascendiendo al cielo yo también estoy acompañándolos mientras publico este pequeño comentario.