
Los días son cada vez más largos, la temperatura empieza a aumentar paulatinamente. Llega el buen tiempo. Tiempo de visitar a los amigos, de salir a pasear y encontrarnos con viejos conocidos. Personas con las que hemos ido perdiendo el contacto en los días fríos y lluviosos del invierno.
Bueno, ¿qué tal estás?
Parece la pregunta de rigor y espera la respuesta “casi” obligada. Pero ¿queremos que nos cuenten la verdad y nos digan cómo les trata la vida? O por el contrario, ¿queremos oír una de esas frases hechas que tanto solemos usar?: “Bien, ¿y tú?”, “Pues bien, ya ves”, “Bien, bien” etc.
Pienso que a la mayoría de nosotros nos gustaría que nos regalen sus historias, no por curiosidad, sino para intercambiar impresiones buscando acercarnos a ellos.
Hoy, que las personas usamos las teclas mudas del ordenador para “chatear”, enviar email, escribir en blogs, propios o ajenos, para comunicarnos de manera anónima con el resto del mundo; y usamos los teléfonos móviles convulsivamente, mandando mensajes constantemente, no pudiendo pasar sin ellos, como una forma de permanecer en contacto con los demás, de estar en disposición para contar o que nos cuenten.
Sería terrible que hubiésemos olvidado cómo se cuenta, que fuésemos incapaces de desnudar nuestro corazón, de decir aquellas cosas que nos realizan, las que dan sentido a nuestra vida, las que nos inquietan.
Por eso, cuando nos pregunten ¿cómo estás? No nos limitemos a decir “Bien•, sino digamos “te cuento”. No desaprovechemos ninguna oportunidad para salir de nosotros, para expresarnos. No te guardes aquello que necesita encontrar un destinatario amable donde resuene, donde adquiera razón de ser, donde se complete. Y en contrapartida, escucha, escucha con todos tus sentidos al que necesita tu atención.
Te sentirás feliz