
En todos mis escritos anteriores he defendido la necesidad de respetar las diferentes culturas que van emergiendo a nuestro alrededor como la mejor manera de vivir juntos en la sociedad multicultural a la que caminamos.
El nombre de Navidad, que celebra el nacimiento de Jesús de Nazaret, parece haberse convertido en políticamente incorrecto en el mundo occidental, hasta el punto de obligar a no pronunciarlo. Se toman iniciativas contra la exhibición de la Navidad, para no arriesgarse a herir la sensibilidad de los creyentes de otras religiones o la de los no creyentes en general.
Sucede por igual en EE.UU., Inglaterra, Francia, Alemania, Italia y en España.
Pero la cuestión es ¿el exponer símbolos, ritos, fiestas propias de una tradición religiosa debe ser considerado como inoportuno?
O más aún ¿Será necesario esconder o desbautizar las fiestas religiosas y que la sociedad las reemplace por otras distintas?
¿Es esta la mejor manera de darse cuenta de la pluralidad cultural y de alentar la tolerancia? ¿En el nombre de lo políticamente correcto deberemos empezar a cambiar el nombre de todas las ciudades que llevan el nombre de un santo o el de las calles y avenidas de las diferentes ciudades?
Es verdad que Europa ya no es de cultura cristiana, pero su patrimonio cultural e histórico de valores convive con una práctica de laicidad y de diálogo entre las diferentes etnias, culturas y confesiones que la habitan.
Una laicidad culta pasa por el derecho de todo ciudadano a profesar sus convicciones, incluidas las religiosas, contribuyendo al mismo tiempo a la voluntad de querer vivir juntos.
