Problemas cotidianos y no menos pendientes




“Dedicado a Chispa con todo el cariño desde los cerros de Úbeda”

Escribía los otros días de los problemas pendientes que nos encontraríamos a la vuelta de las vacaciones. Y me fui por los cerros de Úbeda. Chispa, con un comentario salido desde dentro con rabia contenida, me decía que eran unos apuntes impertinentes. Y tiene razón. Es verdad que los problemas a los que yo hacía referencia están ahí y repercuten en nuestra vida. Pero también hay problemas pendientes, más cercanos, a los que yo no hacía ninguna referencia. Y estos van a requerir mucho esfuerzo, paciencia y vendrán acompañados de sinsabores, de dolor e incomprensión, posiblemente también de soledad antes de verse resueltos. Con las vacaciones se acaban contratos de trabajo, otros están a punto de caducar y no se tiene la seguridad de verse prorrogados, y posiblemente afecten a varios miembros de la familia, sobre todo los jóvenes en busca de su primer trabajo. Muchos domicilios cuentan con personas mayores que cada vez se valen menos por si mismos y necesitan atenciones que difícilmente se les puede dar y no suele haber servicios sociales suficientes para todos. Según las encuestas al volver de vacaciones aumenta el número de divorcios y las familias se ven envueltas en una nueva problemática que trae consigo inquietud y quizás algo más. Los gastos aumentan, el cole empieza, etc.
Y así un día tras otro lagrimas y sonrisas ocuparán nuestro rostro y junto a la soledad, la tristeza, la rabia contenida, el desaliento serán compañeras nuestras en algún momento de los próximos meses. Y esos si son problemas pendientes que reclaman soluciones urgentes, ya no pueden esperar más, llevan encima muchos parches que amenazan por reventar. ¿Seguiremos viéndolos como problemas pendientes?

1 amigos opinan:

Anónimo dijo...

Todavía ustedes tiene la suerte de vacacionar.
Y yo, como otras tantas personas de mi edad, tenemos la suerte de tener un empleo fijo, aunque las remuneraciones no nos conformen.
Quienes tiene menos años, insertos en el sistema liberal, donde el trabajo cobra la dimensión de la suerte más que la de la capacidad y competencias que uno pudiera ostentar, viven dramáticamente. Contando el dindero para solventar el tiempo ante la aparición de un nuevo contrato, cargando en él y sus familiares el peso de la incertidumbre por lo que pueda ocurrir.
Hace poco, nos planteábamos el tema de la violencia instalada en la sociedad, y podríamos decir que una de las causas es la inseguridad laboral.
Familias cuyos adultos viven a contramano del reloj, sobrecargados de exigencias; hijos con más ausencias paternas que antes, librados al azar y cierta seguridad por lo que uno pueda enseñarles en tiempo retaceado;y ancianos que, en mejor de los casos conviven con sus hijos y nietos, concientes y avergonzados por no valerse por sí, y en otros confiados en casas que se comprometen a atenderlos en sus necesidades más urgentes. Hijos que se sienten culpables por creer que abandonan a sus padres, sin encontrar la solución adecuada.
Entonces, tomar un largo respiro vacacionando justifica la necesidad de aislarse un poco de tanta complejidad.
A vuelta, hay que quitarse las anteojeras y volver a enfrentar la verdadera cotidianeidad.
Triste, muy triste.
cadila